Varios meses en Paris lo llevan a descubrir que allí no está su
búsqueda. Está en la “cuna del arte” occidental, y no se siente para nada
conmovido.
Luego de unos meses decide volver habiendo comprendido que su
motivación artística estaba en su tierra, que debía arañarla y buscar en sus
raíces. Es entonces que comienza con su amigo el fotógrafo Tito Vallacco a
tramar un nuevo viaje al noroeste argentino, Perú y Bolivia. Quieren conectarse
con los orígenes del continente en la América profunda.
En ese camino algo lo hace vibrar mil veces más que el Louvre: una
extraña y mágica luz sobre el lago Titicaca. Esa atmósfera y ese silencio
sideral lo hacen encontrar su verbo, el que guiará toda su obra.
Esta realidad lo subyuga y lo motiva por completo y
para siempre.
Tito Vallacco es el autor de las fotos tomadas en
aquel mítico viaje.